Supongo que hay
personas que les pasará lo que a mí, me
niego a creer que soy la única que tiene la capacidad de sentir tanto y tan
fuerte en cuanto a vivencias y momentos se trata. Yo reconozco que soy intensa
y apasionada, que quizás vivo, siento, las emociones de manera diferente, hay
quien puede pensar que de forma excesiva, (en ocasiones lo pienso hasta yo)
porque notó como ciertos instantes se convierten en sensaciones cargadas de
energía, entran por el centro de mi corazón
y salen despedidas a gran velocidad repartiéndose por cada rincón de mi
elástica alma, removiendo cual coctelera cada célula de mi ser, como cuando
descorchas una botella de cava y el contenido de la botella sale en estampida y
se dispersa por el aire, desmenuzado en minúsculas partículas doradas. A veces
sólo con entrar en un lugar, noto como
un frío cálido resbala por mi nuca y espalda esparciéndose por mi piel;
saliendo en forma de cosquilleo por la punta de mis dedos, no sé si tiene algo
que ver con lo exotérico quizás si o quizás no; esta extraña sensación a la cual
no le encuentras explicación. Aunque probablemente, si puede tener afinidad con lo
espiritual, esa fuerza invisible que nos rodea y envuelve, haciendo que la humanidad que tenemos
escondida dentro, salga de su escondrijo y haga buen uso de una de las mayores
virtudes que puede llegar a tener el ser humano, la empatía.
Toda esta
corriente de sentimientos y mi forma de vivirlos, en algunos momentos ha sido
una especie de condena y otras una liberación. Tanto de la condena como de la
liberación, de ambas sigo aprendiendo y sacando lo mejor, porque cierto es que
en cuanto al dolor se trata se transforma en un pesado estigma, pero también es
verdad que cuando roza la felicidad es algo verdaderamente maravilloso. Eso que
llaman una de cal y otra de arena.
Y hace dos
días, tuve uno de esos momentos mágicos y extremadamente emotivos en “La Casa
de la Memoria”, una casa, un hogar, en el que por unas horas todo fue
extraordinario, todo se llenó de humanidad y empatía. Todo giró en torno a los recuerdos e historias de otros y de
todos, aflorando mis emociones y alterando
el orden de mis factores.
No voy a
contar lo bonita que es esa Casa, ni los materiales con los que se construyó,
ni entraré en detalles de decoración. Narraré lo realmente importante, por lo
menos para mí, aunque a decir verdad, en La Casa de la memoria, cada grano de
arena de la que está hecha se hace imprescindible porque representa cada
segundo de busca incansable durante muchas décadas, de todas y cada una de las gotas de nuestra sangre
derramada.
Intentaré ser
vuestra guía sentimental a sabiendas desde la primera letra que no voy a estar
ni por asomo a la altura de las circunstancias, a veces una se queda sin
palabras de tanto sentir. Ya que lo que ese
Hogar me transmite es mejor vivirlo que contarlo, para darle el lugar que se merece y tratarlo con muchísimo cariño
y amor, de lo que están hechos sus cimientos. No es tan sólo un museo, es un punto de encuentro con el pasado que sigue
presente, un referente a la noble tarea de reivindicar nuestros derechos y
sobre todo el de nuestros muertos; esos hombres y mujeres luchadores, honrados
que lo único que hacían era trabajar de sol a sol para poder sobrevivir y que
un día salieron de sus casas al campo como de costumbre y ya no volvieron más.
Nadie se dignó a dar explicaciones ni a decirle a las familias que fue de ellos y en
que agujero fueron enterrados. Nadie se ocupó de investigar, ni de buscarlos,
el Gobierno siempre ha mirado para otro lado, porque destapar ciertos asuntos es
descubrir a los responsables, admitir las culpas, pagar consecuencias y llamar
las cosas por su nombre, Genocidio.
Esta Casa, es
su casa, la de los Hijos del Silencio, donde las personas tienen nombre y
apellidos, donde tienen padres, hijos, nietos, hermanos…etc donde tienen cara,
cuerpo y sentimientos, donde se han hecho eternos en la memoria de todos los
que queremos devolverles su sitio en esta sociedad, devolverles su esencia.
Donde tienen una segunda oportunidad.
Así que
creyendo firmemente que sabía dónde iba, allí estaba yo, en la acera de en
frente de La Casa de la Memoria. Viendo su fachada y su bandera Republicana, ondeante al viento, saludándome
desde el balcón. Crucé la calle y posé mi pie en el primer escalón que me
llevaba al portón de entrada, mi otro pie siguió el camino de su hermano. Nada
más cruzar la puerta, sentí como todas las emociones que yo hasta entonces
había sentido, entraron de golpe en mi corazón para perderse por todas las
esquinas y pliegues de mi alma, esa sensación descrita al empezar estas
humildes letras. Y no hubo un pelo de mi cuerpo que no se erizara, todos se
pusieron en pie como acto de reverencia y un profundo respeto hacia estas
paredes con latido propio. Ilusa de mí, que creía que sabía a donde iba, yo que
tengo una imaginación desbordante, la imaginación se me quedo corta.
Y allí de pie, en medio de la sala de recepción,
todo se paró a mi alrededor, el tiempo viajó hacia atrás convirtiendo ese
momento en el epicentro de todas mis emociones, elevando mis sentidos a su máxima
potencia y empecé a ver sin ver: a Pepe, a Juan, a María, a Antonia, a Paco, a Andrés,
a Juana, a Rocío…a todos los sin nombre, paseando con sus animales por los
caminos arenosos, lavando la ropa a mano y tendiéndola; poniendo la mesa con tres platos, tres vasos,
tres tenedores…, bebiendo un poco de vino, llamando a los niños para comer,
hablando con las vecinas, haciendo la humilde compra, acostando a sus hijos,
cogiendo leña, quitándose el sudor de la frente, fumándose un cigarrillo. Vi a
una pareja pasear por el campo agarrados de la mano, vi a los padres de familia trabajado las tierras,
ordeñando las cabras, a todos cantando y
bailando. Los vi sonriendo, dándose los buenos días, las buenas noches; dándole
el pecho a su bebé, encalando la fachada de la casa, haciendo cuentas, sacudiendo
la alfombra, tomándose un café, atándose los cordones de las botas, remendando
el vestido de los domingos de la niña chica, leyendo a Federico García Lorca
escondido detrás de una roca, hablándose por señas, disimulando, improvisando,
besando la estampa de la virgen, rezando, suspirando, escribiendo cartas de
amor, cartas de revolución, letras de libertad, palabras de verdad…Y vi a mi
bisabuelo abrazando a mi abuelo Manuel. Los vi viviendo sus vidas, esas que les
arrebataron un mal día, una mala noche.
Pero como todo
en esta vida tiene su lado oscuro, por unos instantes, también vi a sus verdugos, limpiando sus
pistolas, frotándose las manos, dándose codazos y diciendo “ahí viene, a por
él”, los vi con la mirada de perros rabiosos, atando pies y manos, con la ropa
y las botas cubiertas de sangre y con arena pegada a las suelas y en los bajos
de los pantalones, los vi afeitando cabezas, dando empujones, insultando,
pegando. Vi los casquillos de las balas revotar en el suelo,…y ahí no quise ver
más, no les permití hacer más, porque
sabía que había mucho más y peor y que iba a doler. Así que los eché de allí, los
desterré a la indiferencia más absoluta sin darles ni un segundo más de
protagonismo y es que hay sitios en los que ni siquiera al Diablo se le está
permitido entrar y este, es uno de ellos y mucho menos ese día.
Porque ese día
era un fecha para el homenaje, los reconocimientos, las muestras de cariño, de
mantener vivos los recuerdos. Un día de
amigos, de hermanos, del orgullo que se siente por lo ajeno y la gratitud de
formar parte de ese instante. De la admiración desmedida que se tiene por las
buenas personas que persiguen causas nobles y justas. De la recompensa al
trabajo bien hecho, de los aplausos de los que fluyen lágrimas de empatía por
las palmas de las manos. De los milagros que son capaces de hacer mujeres y
hombres de carne y hueso, en un mundo que cada vez traes más lamentos que
alegrías, los verdaderos milagros, los tangibles y reales, sólo los que el ser
humano es capaz de hacer si se lo propone,
esos ángeles en la tierra que reclaman justicia y respeto y el día del legítimo derecho a guardar luto después
de tantísimos años de sufrimiento y dolor. El día de darle su lugar en la
memoria a todas esas personas que durante décadas han querido hacerlos
invisibles y que con esta Casa no han podido lograrlo, porque sencillamente hay
huellas que no se pueden borrar y hay almas que no tienen precio y no se pueden
comprar.
La Casa de la
Memoria, el nombre lo dice todo.¡¡¡VIVA LA REPUBLICA!!!.
Sonia Abellán Montero©.