domingo, 20 de noviembre de 2016

La Casa de la Memoria.


Supongo que hay  personas que les pasará lo que a mí, me niego a creer que soy la única que tiene la capacidad de sentir tanto y tan fuerte en cuanto a vivencias y momentos se trata. Yo reconozco que soy intensa y apasionada, que quizás vivo, siento, las emociones de manera diferente, hay quien puede pensar que de forma excesiva, (en ocasiones lo pienso hasta yo) porque notó como ciertos instantes se convierten en sensaciones cargadas de energía,  entran por el centro de mi corazón y salen despedidas a gran velocidad repartiéndose por cada rincón de mi elástica alma, removiendo cual coctelera cada célula de mi ser, como cuando descorchas una botella de cava y el contenido de la botella sale en estampida y se dispersa por el aire, desmenuzado en minúsculas partículas doradas. A veces sólo con entrar en un lugar,  noto como un frío cálido resbala por mi nuca y espalda esparciéndose por mi piel; saliendo en forma de cosquilleo por la punta de mis dedos, no sé si tiene algo que ver con lo exotérico quizás si o quizás no; esta extraña sensación a la cual no le encuentras explicación. Aunque  probablemente, si puede tener afinidad con lo espiritual, esa fuerza invisible que nos rodea y envuelve,  haciendo que la humanidad que tenemos escondida dentro, salga de su escondrijo y haga buen uso de una de las mayores virtudes que puede llegar a tener el ser humano, la empatía.
Toda esta corriente de sentimientos y mi forma de vivirlos, en algunos momentos ha sido una especie de condena y otras una liberación. Tanto de la condena como de la liberación, de ambas sigo aprendiendo y sacando lo mejor, porque cierto es que en cuanto al dolor se trata se transforma en un pesado estigma, pero también es verdad que cuando roza la felicidad es algo verdaderamente maravilloso. Eso que llaman una de cal y otra de arena.
Y hace dos días, tuve uno de esos momentos mágicos y extremadamente emotivos en “La Casa de la Memoria”, una casa, un hogar, en el que por unas horas todo fue extraordinario, todo se llenó de humanidad y empatía. Todo giró en torno  a los recuerdos e historias de otros y de todos, aflorando mis emociones y  alterando el orden de mis factores.
No voy a contar lo bonita que es esa Casa, ni los materiales con los que se construyó, ni entraré en detalles de decoración. Narraré lo realmente importante, por lo menos para mí, aunque a decir verdad, en La Casa de la memoria, cada grano de arena de la que está hecha se hace imprescindible porque representa cada segundo de busca incansable durante muchas décadas, de todas  y cada una de las gotas de nuestra sangre derramada.
Intentaré ser vuestra guía sentimental a sabiendas desde la primera letra que no voy a estar ni por asomo a la altura de las circunstancias, a veces una se queda sin palabras de tanto sentir.  Ya que lo que ese Hogar me transmite es mejor vivirlo que contarlo, para darle el  lugar que se merece y tratarlo con muchísimo cariño y amor, de lo que están hechos sus cimientos. No es tan sólo un museo, es un  punto de encuentro con el pasado que sigue presente, un referente a la noble tarea de reivindicar nuestros derechos y sobre todo el de nuestros muertos; esos hombres y mujeres luchadores, honrados que lo único que hacían era trabajar de sol a sol para poder sobrevivir y que un día salieron de sus casas al campo como de costumbre y ya no volvieron más. Nadie se dignó a dar explicaciones ni a  decirle a las familias que fue de ellos y en que agujero fueron enterrados. Nadie se ocupó de investigar, ni de buscarlos, el Gobierno siempre ha mirado para otro lado, porque destapar ciertos asuntos es descubrir a los responsables, admitir las culpas, pagar consecuencias y llamar las cosas por su nombre, Genocidio.
Esta Casa, es su casa, la de los Hijos del Silencio, donde las personas tienen nombre y apellidos, donde tienen padres, hijos, nietos, hermanos…etc donde tienen cara, cuerpo y sentimientos, donde se han hecho eternos en la memoria de todos los que queremos devolverles su sitio en esta sociedad, devolverles su esencia. Donde tienen una segunda oportunidad.
Así que creyendo firmemente que sabía dónde iba, allí estaba yo, en la acera de en frente de La Casa de la Memoria. Viendo su fachada y su bandera  Republicana, ondeante al viento, saludándome desde el balcón. Crucé la calle y posé mi pie en el primer escalón que me llevaba al portón de entrada, mi otro pie siguió el camino de su hermano. Nada más cruzar la puerta, sentí como todas las emociones que yo hasta entonces había sentido, entraron de golpe en mi corazón para perderse por todas las esquinas y pliegues de mi alma, esa sensación descrita al empezar estas humildes letras. Y no hubo un pelo de mi cuerpo que no se erizara, todos se pusieron en pie como acto de reverencia y un profundo respeto hacia estas paredes con latido propio. Ilusa de mí, que creía que sabía a donde iba, yo que tengo una imaginación desbordante, la imaginación se me quedo corta.
Y  allí de pie, en medio de la sala de recepción, todo se paró a mi alrededor, el tiempo viajó hacia atrás convirtiendo ese momento en el epicentro de todas mis emociones, elevando mis sentidos a su máxima potencia y empecé a ver sin ver: a Pepe, a Juan, a María, a Antonia, a Paco, a Andrés, a Juana, a Rocío…a todos los sin nombre, paseando con sus animales por los caminos arenosos, lavando la ropa a mano y tendiéndola;  poniendo la mesa con tres platos, tres vasos, tres tenedores…, bebiendo un poco de vino, llamando a los niños para comer, hablando con las vecinas, haciendo la humilde compra, acostando a sus hijos, cogiendo leña, quitándose el sudor de la frente, fumándose un cigarrillo. Vi a una pareja pasear por el campo agarrados de la mano, vi a  los padres de familia trabajado las tierras, ordeñando las cabras,  a todos cantando y bailando. Los vi sonriendo, dándose los buenos días, las buenas noches; dándole el pecho a su bebé, encalando la fachada de la casa, haciendo cuentas, sacudiendo la alfombra, tomándose un café, atándose los cordones de las botas, remendando el vestido de los domingos de la niña chica, leyendo a Federico García Lorca escondido detrás de una roca, hablándose por señas, disimulando, improvisando, besando la estampa de la virgen, rezando, suspirando, escribiendo cartas de amor, cartas de revolución, letras de libertad, palabras de verdad…Y vi a mi bisabuelo abrazando a mi abuelo Manuel. Los vi viviendo sus vidas, esas que les arrebataron un mal día, una mala noche.
Pero como todo en esta vida tiene su lado oscuro, por unos instantes,  también vi a sus verdugos, limpiando sus pistolas, frotándose las manos, dándose codazos y diciendo “ahí viene, a por él”, los vi con la mirada de perros rabiosos, atando pies y manos, con la ropa y las botas cubiertas de sangre y con arena pegada a las suelas y en los bajos de los pantalones, los vi afeitando cabezas, dando empujones, insultando, pegando. Vi los casquillos de las balas revotar en el suelo,…y ahí no quise ver más, no les permití hacer más,  porque sabía que había mucho más y peor y que iba a doler. Así que los eché de allí, los desterré a la indiferencia más absoluta sin darles ni un segundo más de protagonismo y es que hay sitios en los que ni siquiera al Diablo se le está permitido entrar y este, es uno de ellos y mucho menos ese día.
Porque ese día era un fecha para el homenaje, los reconocimientos, las muestras de cariño, de mantener vivos los recuerdos. Un día  de amigos, de hermanos, del orgullo que se siente por lo ajeno y la gratitud de formar parte de ese instante. De la admiración desmedida que se tiene por las buenas personas que persiguen causas nobles y justas. De la recompensa al trabajo bien hecho, de los aplausos de los que fluyen lágrimas de empatía por las palmas de las manos. De los milagros que son capaces de hacer mujeres y hombres de carne y hueso, en un mundo que cada vez traes más lamentos que alegrías, los verdaderos milagros, los tangibles y reales, sólo los que el ser humano es capaz de hacer si se lo propone,  esos ángeles en la tierra que reclaman justicia y respeto y  el día del legítimo derecho a guardar luto después de tantísimos años de sufrimiento y dolor. El día de darle su lugar en la memoria a todas esas personas que durante décadas han querido hacerlos invisibles y que con esta Casa no han podido lograrlo, porque sencillamente hay huellas que no se pueden borrar y hay almas que no tienen precio y no se pueden comprar.
La Casa de la Memoria, el nombre lo dice todo.¡¡¡VIVA LA REPUBLICA!!!.

Sonia Abellán Montero©.