Muchas veces sueño que vivo en el paraíso, que todo
es idílico y me pierdo en esa belleza onírica donde todo está lleno de color,
donde los arboles guardan las calles y parques, donde la sierra luce verde y el
celeste del cielo ilumina esta utopía mía. En ocasiones fantaseo con que este
mundo gira a la velocidad de mi ilusión, una ilusión donde la armonía, el
respeto por todo y los buenos modales van cogidos de la mano, se abrazan fuerte
y no se sueltan, tan sólo dejan espacio para que la brisa del mar sazone
nuestras almas, que el levante traiga ese poquito de sal que hay que ponerle a
la vida para que no amargue los corazones y que el poniente la tatúe en nuestras pieles.
Sigo soñando a menudo, que mi Línea se viste de
gala, que todos somos hermanos cuidando a nuestra madre como buenos hijos, que
la amamos tanto que la queremos poner en el pedestal que se merece, en lo más
alto de nuestra escala de valores. Y hay veces que despierto y me da un golpe
de realidad, un mazazo que sube desde la boca del estómago hasta mi garganta,
para hacerle un nudo con una corbata de desesperanza que aprieta y casi ahoga. Es
entonces cuando la rabia contenida corta ese nudo y se convierte en rabia
sostenida en el limbo de la incertidumbre, en la duda, en el desencanto de
saber que sí que vivo en un paraíso pero abandonado al olvido, desahuciado y
desterrado a la dejadez más absoluta de una minoría de malos hijos
desagradecidos y otra minoría de hijos que se venden al mejor postor, estos
últimos, hijos traicioneros que prometieron darle su lugar a mi Línea y dejaron
que esa palabra al deshonor se la llevara el viento en forma de favores
presuntuosos y de cajas llenas de contrabando de influencias, donde solo cuenta
a ver quién tiene más, a ver quién la exprime más.
Y los otros hijos, los buenos, los que la amamos de
verdad, los que a la vez amamos a nuestros hijos queriendo un hogar y una vida
mejor, lloramos en los hombros de nuestra madre intentando aguantar el tipo y
buscando la forma de decirle a la que nos cobija bajo sus alas, que los otros
no son hijos y que si lo son, no miran por ella. ¿Cómo se le dice a una madre
que tiene algunos hijos que le están robando la alegría?, ¿que la oprimen y que
se han convertido en sus verdugos?.
Felipe López Lozano© |
Entonces los hijos buenos, deciden no callar, no
aguantar la situación. Deciden actuar, hablar entre ellos y hacer lo que tienen
que hacer. Defender a su madre, cuidarla y mimarla, respetarla y teñir sus
canas de color esperanza y curar sus heridas con lo único que hace que se cierren
las cicatrices…con amor.
Se levantan el domingo por la mañana temprano, hoy
no se está en la cama hasta las tantas como manda el protocolo, hoy hay que
prepararle el desayuno a nuestra madre. Los buenos hijos nos vestimos de
esperanza, nos maquillamos con nuestra mejor sonrisa y nos juntamos todos entre el mar y el campo para darle oxígeno
puro y que no tenga que ser asistida de forma artificial, le llevamos oxigeno
nuevo a los pulmones de La Línea, los queremos verdes, los queremos fuertes…los
queremos. Y es entonces cuando te das cuenta que esas dos minorías, los malos
hijos, no se van a salir con la suya, no van a arrebatarnos a nuestra madre
para hacerla esclava y mendiga, nuestra madre es una guerrera que tiene muchos
soldados que la defiendan. Muchos hijos que con sus nietos la quieren verde, la
quieren blanca, amarilla, azul, roja, lila...la quieren poli cromática, la
quieren libre. La quieren como solo los verdaderos hijos quieren a las madres, con
mucho amor y del bueno, la quieren de color con sus luces y que las únicas sombras que tenga su vida, sean las sombras de los árboles.
Hoy quiero decir, que estoy tremendamente orgullosa
de mis hermanos linenses, de mi Línea y su buena gente, de mi familia adoptiva
y que si seguimos juntos, si no soltamos ese hilo invisible que nos une,
ganaremos la guerra, porque hoy hemos ganado otra batalla, hemos plantado vida,
hemos trasplantado esperanza, hemos
hecho de nuestra capa un sayo, hemos creado una Línea mejor. Porque
sencillamente, creemos por encima de todo y todos en nuestra madre. Y que los
malos hijos no se confundan, que esa madre soltera y huérfana desde siempre,
tiene quien la defienda…sus hijos buenos.
VERDE QUE TE QUIERO…VERDE.
Mi reconocimiento en especial y apoyo a Sara
Cintranos Ramos, promotora de sueños en la Universidad de la Constancia y a
todas las entidades colaboradoras y por supuesto a MIS BUENOS HERMANOS. Gracias
por no hacerme sentir que estoy sola, por demostrarme que si se puede. Un
abrazo enorme para cada uno de vosotros. Desde mi Línea con mucho amor.
Sonia Abellán Montero©