Tamara Gonzalez Ruiz© |
Te has
levantado con resaca y eso que no has bebido ni gota de alcohol, por no beber
ni un sorbo de agua has probado todavía. Llevas largo rato dando vueltas en la
cama, no sabes de qué lado dejarte caer, porque
tú no te incorporas poco a poco y
te sientas en el filo del colchón para ponerte las zapatillas de andar
por casa y saludar a la mañana; no, tú no haces eso que hacen los demás, el
resto de los mortales. Tú te dejas caer para poder incorporarte después y
afrontar el día desde el primer crujido de cualquier hueso de tu cuerpo. Ni
siquiera eres dueña de tu mente como para serlo del envoltorio donde te
escondes. Lo haces, por fin lo haces. Como si de unas Olimpiadas se tratase
acabas exhausta antes de comenzar la primera carrera, parece que no tienes bastante
y te apuntas a todas las categorías sabiendo que como siempre llegarás la última.
Pero da igual, la competición ha comenzado ya, el mismo rival. Tu contra Tu. Y
eres consciente de que por mucho que quieras ganar al final perderás porque Tú
eres tu peor enemiga y sigues peleando en una batalla eterna con tu oscura
pasajera. Te miras en el espejo, no te ves, no estas. Tu reflejo es una imagen
borrosa, difusa y en una escala de grises. No puedes con tu vida porque has
perdido el tiempo pudiendo con la de los demás. Con la de tu familia, tu perro
y tus gatos, hasta la de gorrión que se encontró la chica del Facebook. Incluso
con la de una amiga de una amiga y con la del compañero de trabajo de tu pareja.
Te mojas con todo, te metes hasta en los charcos que No se han formado de la
lluvia que aun No ha llovido. Te involucras hasta con el personaje de un libro.
Este mundo se te hace del tamaño del botón de tu camisa y por cuestión de
volumen no cabes en él. A ti te sobran algunas tallas y ese mundo no necesita
tela de más. Te molestan los ruidos, en especial los pasos del vecino que No
vive arriba porque el piso sigue vacío, las carreras de los hijos que No tiene
las llevas fatal. Y hasta el del
silencio más sepulcral, ese sí que te jode porque por su culpa solo haces que
escucharte a ti misma cuando eres una pésima versión de lo que fuiste. Las
luces te atosigan, miras para otro lado; el sol ya no te acaricia se ha convertido en tu verdugo, te castiga. Y las
sombras te envuelven atrapándote en un cuadro abstracto donde no hay ni entrada
ni salida, ni puertas ni ventanas, por no
haber ni siquiera hay paredes, techo ni suelo. No hay nada. Estas secuestrada en la nada y te acostumbras,
acabas teniendo el síndrome de Estocolmo, terminas por enamorarte de tu
secuestradora, te enamoras de la señora Nada. Has perdido la capacidad de amar,
la pasión.
Sigues
intentándolo, te dices a ti misma “tu puedes” y vuelves a errar, “querer no
siempre es poder”, hay veces que una quiere
hacer y realmente no puede; otras quiere y no debe porque las consecuencias son
nefastas y otras sencillamente, aunque puedas no quieres; pero al final
terminas haciéndolo, no sabes decir que No, nunca supiste, esa fue una de tus
muchas asignaturas pendientes. Y la gente no se acostumbra a tu negación o tarda en hacerlo en el mejor
de los casos. Ahí es cuando te das cuenta quien está verdaderamente a tu lado.
A la gente no le gustan los problemas que no son suyos y Tú, te has convertido
en uno. Y un día vas por la calle, es un milagro hoy es tu día de suerte, te
encuentras regular, te haces la valiente y sales al mundo. Ves a un conocido,
ve tu cambio, observa que no eres la misma y le da por preguntar y a ti en un ataque de sinceridad le cuentas tu dolor. En menos de un minuto
empieza a mirar el reloj y con una sonrisa en los labios y una mentira en la
mirada se va raudo y veloz diciendo que tiene cita no sé dónde y que llega tarde.
Curioso, antes esa persona se iba de copas contigo y le daba igual si se hacía
tarde o no.
Y así
va pasando la vida, la vas perdiendo. Estas tan llena de amargura e
incomprensión, que rebosas tristeza hasta por las orejas, la sudas por cada uno
de los poros de tu hiel. Te acostumbras a perderte en tu memoria de pez, o en
tu desmemoria. Dejas de echar de menos
para echar de más, todo es más, mas, mas…MAS. Y todos los que te quieren sufren
más aunque tú no lo percibas empiezas a quemar.
Y un
día, asimilas, haces frente a tu irrealidad. Coges la verdadera realidad, la
desmenuzas y la aceptas, debes aprender a vivir con ella, tienes que aprender a
desaprender. No vais a ser intimas pero si compañeras de piso, compañeras de
vida. Vuelves a mirarte en el espejo, no te gusta lo que ves, sigue todo
pixelado en baja calidad; desempañas el espejo, le sacas brillo y va tomando
color, ya no te ves en blanco y negro. Piensas que necesitas algún retoque,
pasar por el emo-quirofano, necesitas un trasplante de alma y no hay ningún
donante. Decides probar con células madre, tirar de tu cordón umbilical que te
une a todo y que a todos une contigo. Aceptas el reto, te aceptas, te perdonas
y perdonas a los que te hicieron daño. Decides y no miras atrás. Decides volver a ser quien eras o lo
que más se aproxime y conviertes tus fracasos en lecciones magistrales, tus
dolores los mezclas con la dulzura y la aceptación y pruebas un nuevo
medicamento experimental: te auto medicas con tus virtudes y haces de tus
defectos un ejemplo a No seguir. Coges el tiempo perdido, lo agitas como a una
botella de cava, quitas el tapón y lo dejas que salga disparado con toda la
fuerza que tenías guardada para ocasiones especiales. Ves como ese tiempo
perdido se ha transformado en tiempo esparcido y lo dejas en libertad para que
no ocupe más sitio en tu corazón. Lo dejas ir, lo destierras al olvido y
aprendes a tener memoria selectiva, empiezas a quererte tal y como eres. Ahí es
cuando empieza tu metamorfosis, dejas de ser una crisálida para convertirte en
mariposa. Llegas a una edad emocional donde tienes ciertos privilegios y te
pones una camiseta con unos pantalones que no pegan ni con cola y te da igual
lo que digan los demás. Has aprendido a decir NO y no te sientes culpable. Te
pones un calcetín de cada color no porque te hayas equivocado, sino porque te
da la gana. Sonríes de verdad de la buena, coges unos buenos guantes de pelea y
ya no eres el saco de boxeo de nadie. Sueltas lastre en el más profundo mar de
todos los mares que has construido en tu palacio mental y allí, en tu propia
propiedad intelectual y emocional haces y deshaces a tu antojo, vives tu vida,
la saboreas, la consumes pero a tu manera, como debe ser, como tiene que ser.
Por fin te has vaciado para volverte a llenar y lo mejor es que esta vez la
elección la has hecho TU, porque has
establecido normas de convivencia, respetas tu propio espacio, convives con tu
peor enemiga pero no duermes con ella. Y ahora, acabas de darte cuenta que de
vez en cuando no está mal revolcarse en tu propia mierda, lo que no es bueno es
quedarse a vivir en ella. Por eso, precisamente por eso, es necesario vaciarse
para volver a llenarse.
Sonia Abellán Montero©
Sonia Abellán Montero©