Hoy he visto un video que me ha gustado mucho, con
el típico mensaje que te hace pensar (a mí que no me gusta je, modo ironía). El
video en cuestión hablaba de las décadas de los 60, 70 y 80. Venía a decir de
manera muy directa que nuestra época era mejor, que esos años en los que
nacimos y crecimos tenían una riqueza incalculable. Disfrutábamos de la niñez y
adolescencia sin tener apenas nada. Por aquel entonces tener un coche o moto de
plástico a pedales (a parte de un
privilegio) era como hoy en día tener un juguete de última generación, se veían
tan sofisticados, esas replicas amoldadas a los cuerpos de los más pequeños, nos
hacían sentir que el salón de nuestra casa o el patio de vecinos, eran auténticos
circuitos de carreras. Ahora esos automóviles se han convertido en verdaderas máquinas
de ingeniería, provistos de sus baterías, frenos ABS (que no sé muy bien qué es
eso) y seguro que los más avanzados tendrán elevalunas eléctricos e infinidad de accesorios que no se para que
puede necesitarlos un niño pequeño. Por no hablar de los Drones, antes
jugábamos con aviones de papel, con cometas, incluso con el soldadito de elite
y su paracaídas de plástico finísimo que lanzábamos hacia arriba con toda la
fuerza que nuestro cuerpo tenía para que con la inercia al bajar, se desplegara
y fuera balanceándose con cierta lentitud hasta llegar a nuestras manos otra
vez.
Estábamos todo el día en la calle, saltando, jugando
a cualquier cosa, sentadas en la plaza con las amigas riendo y hablando de
nuestras cosillas. En los bolsillos teníamos canicas, alguna chuche y cromos.
¿Qué habrá sido de los cromos?, hace tanto que no veo uno, casi ni recuerdo
como eran. No teníamos teléfono móvil para localizarnos al instante ni GPS
incorporado, pero nuestras madres sabían en todo momento donde y con quien
andábamos y si nos decían a las 8 en casa, cinco minutos antes ya estábamos
tocando a la puerta. Ahora ves a un chaval de 10 años con un móvil mejor que el
tuyo cazando Pokemons.
En los estantes del mueble del salón había libros y
enciclopedias, en las estanterías de mi cuarto figuras en miniatura, coches,
camiones y aviones pequeños de hierro que pesaban un quintal, un radiocasete
del tamaño de un microondas y cintas por todos lados la gran mayoría de música
variada que grababa de la radio pendiente en todo momento que el locutor se
callara para poder hacer la grabación perfecta y nosotras mismas hacíamos las
caratulas, nombre del artista y título de la canción incluido las más osadas
las coloreábamos y hacíamos dibujos en ellas. Ahora todo cabe en un aparato del
tamaño de un mechero de los pequeños, hasta la información más peligrosa del
mundo podemos meterla en el mini bolsillo del pantalón vaquero.
Nuestra generación callejeaba, iba al campo y al
río; algunos a la playa. Nos subíamos a los árboles, saltábamos murallas, veníamos con moratones en las rodillas, algún
que otro esguince o rotura de algún hueso o la ropa destrozada; ahora si ves a
un niño con un moratón es porque se ha tirado de cabeza al suelo para salvar su
Tablet mientras se cae y no muera en el
aterrizaje. Las tizas siempre las teníamos a mano para hacer nuestros
particulares grafiti en suelos y paredes, tiza blanca por supuesto, las de
colores tardaron un poco más y fueron todo un acontecimiento. Teníamos una tele
para todos con un canal, en blanco y negro, sin mando a distancia, con su
horario de cierre y una programación bastante limitada, muy temprano la familia
Telerín nos mandaba a la cama y más tarde cuando llego el color a la pantalla
Mazinguer Z y El comando G eran los mejores dibujos Manga del momento, creo que
ni siquiera sabíamos que eran Manga.
Las muñecas por aquel entonces eran pura ingenuidad,
pesaban casi tanto como tú y la Nancy era la mejor, hoy las Monster High son
las reinas del mercado, la gente hace colas eternas, paga precios desorbitados
para regalarlas en Navidad, muñecas
fruto de un estereotipo marcado a fuego por una sociedad que nos quiere
anoréxicas, todas iguales y bastante ligeras de ropa con una apariencia física
muy inquietante porque por mucho que yo
las mire no veo un ápice de belleza por ningún lado. Nancy, la pobre mía sobrevive
no al tiempo si no a la sociedad.
Heredábamos la ropa de nuestras hermanas y primas,
incluso la de alguna vecina, hoy si tu vecina te da un jersey que se ha usado
una vez tan solo, nos ofendemos, no aceptamos nada que no lleve etiquetas,
tenemos etiquetas hasta para el comportamiento y la personalidad. Nos han
convertido en una etiqueta en sí, tenemos hasta código de barra: “por favor
pasen por caja, nuestro sensor dirá su precio…”vaya, usted es diferente, mejor
vuelva al almacén no sea que le dé por ser inteligente y pensar por sí
sola”…”Siguienteeeeee”.
Podría seguir hasta límites insospechados, el
infinito se quedaría corto a la hora de enumerar las diferencias, el antes y el
ahora; miedo me da el después. Lo que quiero decir con toda esta parafernalia,
este rollo que acabo de soltar, es que nuestra generación es la superviviente
por excelencia, hemos sobrevivido con casi nada y hemos sido tremendamente
felices. Jamás me escuche decir a mí
misma y a mis amigas “me aburro”, nunca. Hoy lo escuchamos a diario, varias
veces incluso al día, a nuestros hijos. Seres que lo tienen todo y de tanto
tener no saben lo que hacer, porque son un producto comercial, son los hijos
del consumismo; consumir por consumir. Miembros de una enorme red social que
vende falsos sentimientos como si fueran caramelos y lo peor de todo es que lo
consentimos, porque seguimos sin darle valor a un beso, a un abrazo, a una
sonrisa, un café para dos, un cigarro a medias, una litrona para 7 u 8, andar
descalzas por el césped, en pelotas por la casa, tocar el timbre de cualquier
portal y salir corriendo, pegarle un chicle al asiento del profesor, pasar
notitas en clase, quedar a las 5 y a las menos cuarto ya estar en el sitio, ver
un amanecer, un atardecer, un anochecer, saber a qué suena el silencio, a que
sabe una caricia, de qué color es el viento, ver una obra de arte, soñar
despierta, leer tebeos, hacer chuletas de papel….ni siquiera sé si esta
juventud lo que siente en el estómago son mariposas o megabytes. Lo que si se,
es mi generación, la nuestra disfrutó como nadie ha sabido hacerlo ni nadie
sabrá ya.
Tamara Gonzalez Ruiz©
Sonia Abellán Monero©