martes, 20 de septiembre de 2016

Si me preguntas ¿por qué lo hago?.



Si me preguntas ¿por qué lo hago?, tengo razones de sobra. Hay quien cree que es un don o un regalo divino de algún Dios en el que no creo, quizás sea cierto y ese Dios existe y es un mensaje subliminal que me manda para no perder la fe en el ser humano, en su bondad, en su sensibilidad escondida en alguna parte entre mi mundo y el tuyo. O posiblemente es mi propia conciencia que me habla desde los silencios para decirme que no puedo rendirme, que no debo hacerlo, que una no tiene que tirar la toalla porque tengo que utilizarla para secar mi alma cuando llueve sobre mojada. Lo hago por necesidad, por darle forma de alguna manera a mis carencias, a mis excesos, a la intensidad de la vida y a la lealtad que proceso a mi propia rebeldía incomprendida y la intolerancia que le tengo a lo mediocre. Lo hago porque anestesia mis oscuros pensamientos y los vuelve luz en medio de la niebla. Extrae toda la piedad que hay en mí del pozo de los errores de negras almas, ayudándome a comprender porque hasta las buenas personas cometen actos de maldad,  dañando con un corte certero cual espada de Damocles e hiriendo a sabiendas con el látigo de las indiferencias. De igual modo me hace falta entender  ¿por qué?  En un preciso instante las malas personas toman de la mano a la misericordia y en ese segundo de debilidad tienen la capacidad de hacer algo bueno, algo honesto, un gesto de amor inesperado de alguien que un cierto día perdió la capacidad de amar.

Sigo haciéndolo porque hay una niña acurrucada dentro de mí, que a veces se asusta del mundo negándose a crecer por miedo a lo desconocido o más bien a lo ya conocido. Negándose a perder la inocencia esparcida por su cuerpo en finos garabatos llamados cicatrices, buscándolos para juntarlos a la desesperada y ponerles unos cuantos puntos de “soltura”, hechos de risas, besos y caricias.

Lo hago porque si lo digo en voz alta, mi parte visceral gana a la emocional y corro el riesgo de que suene vulgar, una sabe de sus límites y yo pierdo mucho en las distancias cortas, se me da mejor hablar de yo a yo que con el resto de la gente, es mi estrategia para ponerme en mi sitio. A veces, muchas, valgo más por lo que callo que por lo que hablo.

Seguiré haciéndolo porque así es más llevadera la convivencia conmigo misma y mis otras personalidades, la de la niña acurrucada, la de la adolescente incomprendida, la de la mujer que soy, la de la persona que quiero ser y la de la anciana que niega a la muerte como su único destino porque lo que tiene roto es el envoltorio pero intacto el contenido.

Lo haré porque me gusta viajar y no puedo hacerlo todo lo que quisiera, este es mi billete de ida pero sin vuelta, que me lleva a donde yo quiero, a donde yo invento. Me gusta ir en tren a diario, hacer la maleta cada dos por tres, comprar postales, traerme posavasos y sobres de azúcar de cualquier cafetería que exista o no , me hace ilusión fumar tabaco extranjero, ser poliglota, conocer nuevas culturas y ver como brilla la luna desde otros planetas.
Tamara Gonzalez Ruiz©



Y no dejaré de hacerlo porque la poesía es uno de mis vicios más inconfesables, un Kama Sutra de lo más elegante y excitante. Los versos tienen el sabor de la manzana prohibida, los cuentos se vuelven magia y los relatos leyendas de historias reales que casi siempre superan la ficción.

Si todavía te preguntas ¿por qué lo hago?, lo hago porque me gusta más el punto seguido que un punto y final por muy feliz que sea. Adoro las comas, así pausadas donde me da tiempo a tomarme un sorbo de café mientras cojo impulso para dar un suspiro enamorado. Creo que los puntos suspensivos son tan interesantes y atractivos… llenos de insinuaciones y caricias debajo del mantel, a la luz de las velas, con una copa de vino medio llena y el pulso acelerado, se me antojan de lo más “erótico textuales” y que entre comillas son lo que más se acerca a la comisura de unos labios. Pienso que los guiones, los signos de exclamación, de interrogación es la forma más sutil de ceder la palabra y ponerle música a la exaltación e incertidumbre y que los paréntesis hacen visible lo escondido. Que el punto y coma es el eterno desconocido no dejando nada al azar y el inmortal rival de los dos puntos, quisquillosos, puntillosos con esos aires de superioridad haciendo alarde de su sabiduría y explicaciones detalladas.  

Y si después de esto aún cuestionas ¿Por qué?, solo te diré que escribo porque seguramente es la única forma de llegarme a conocer, quizás porque sin un puñado de letras no sería nada. Es el analgésico a mis dolores, el orden de mi desorden, mi sonrisa más esquiva, mi ira contenida, el sabor de mis besos, el tacto de mis caricias, el calor de mis abrazos, la respuesta a mis ausencias, el laberinto de mi palacio mental, la libertad de mi alma, el veneno que suelta mi lengua viperina, la escoba y el recogedor  que amontonan  mis miserias, mi terapia de choque, el nacimiento de mis sueños… mi ave Fénix; el resurgir de mis cenizas.




Sonia Abellán Montero©